El caso Pelicot da la vuelta al mundo
Dominique Pelicot ha sido declarado culpable y condenado a 20 años de prisión por drogar, violar y grabar a su mujer
Dominique Pelicot ha sido declarado culpable y condenado a 20 años de prisión por drogar, violar y grabar a su mujer
La Justicia francesa ha condenado a Dominique Pelicot a 20 años de cárcel, la pena máxima en Francia, por haber drogado, violado y grabado a la que fue su mujer, Gisèle. El Tribunal Penal de Aviñón lo ha declarado culpable de “violación agravada” y, por tanto, incluirá su nombre en el registro de delincuentes sexuales.
Durante el juicio, Pelicot admitió haber drogado a su esposa durante casi diez años. El marido invitaba a decenas de hombres que conoció a través de internet a desplazarse a su casa para violar a Gisèle mientras ella estaba inconsciente. Los hombres tenían entre 27 y 74 años de edad y no tenían un perfil concreto: había bomberos, fontaneros, periodistas…
Las agresiones y violaciones fueron registradas en vídeo y foto por Dominique a lo largo de los años. Estos documentos sirvieron como prueba en el juicio y permitieron identificar a la mayor parte de participantes. 51 hombres han sido declarados culpables por la Justicia por su participación en el caso, con penas de entre 8 y 10 años en la mayoría de los casos.
El caso Pelicot ha suscitado grandes debates sobre la cultura de la violación, la masculinidad tóxica y la sumisión química. Además, ha convertido a Gisèle, esposa de Dominique durante 50 años, en un símbolo feminista a nivel global.
¿Qué significa “que la vergüenza cambie de bando”?
El caso Pelicot ha tenido una gran trascendencia dentro y fuera de Francia: medios de comunicación de todo el mundo se han hecho eco de lo ocurrido. Durante las quince semanas que se ha alargado el juicio, decenas de mujeres se han reunido a las puertas del tribunal para mostrar su apoyo a la víctima.
Uno de los lemas que más se ha repetido es “que la vergüenza cambie de bando”. Durante mucho tiempo, en casos de abuso sexual se ha culpabilizado a las víctimas con preguntas como “¿qué llevabas puesto”, “¿por qué no lo impediste?” o “¿por qué no lo denunciaste antes?”
Este lema, que los movimientos feministas llevan años utilizando, busca trasladar la vergüenza y la culpa a quienes de verdad tienen que asumirla: los agresores y todos aquellos que, con su silencio, se convirtieron en cómplices de un delito tan grave como es una violación.
El caso Pelicot también ha servido para romper la imagen estereotipada del violador. Muchas veces creemos que los agresores utilizan la violencia física, están apartados socialmente o son de clases sociales determinadas. Sin embargo, esto no siempre es cierto. Muchos violadores son personas aparentemente normales: padres responsables, vecinos agradables o compañeros de trabajo respetados.
¿Qué es la cultura de la violación?
Desde que se conocieron los abusos que había sufrido Gisèle durante casi una década, en los medios de comunicación y las redes sociales se empezó a hablar de la cultura de la violación.
Este término se utiliza para describir un conjunto de creencias, actitudes y comportamientos que minimizan, justifican o normalizan la violencia sexual contra las mujeres. Es una estructura social que perpetúa la desigualdad de género y permite que la violencia sexual ocurra con frecuencia y, a menudo, sin consecuencias para los agresores.
Además, está presente en nuestro día a día. ONU Mujeres señala que la cultura de la violación es omnipresente y está grabada en nuestra forma de pensar, de hablar y de movernos por el mundo.
Hacer chistes sobre abusos sexuales, minimizar las experiencias de las víctimas con frases como “está exagerando”, insinuar que la víctima “provocó” al agresor por su forma de vestir o por su comportamiento, excusar a los agresores diciendo que “no lo hizo con mala intención”… Todos estos comportamientos refuerzan la cultura de la violación.